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Meghan Markle, la princesa Calafia

Alan Gómez | | México

Septiembre, 2019

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En una de sus películas más extrañas (y ya es un decir), el director David Lynch pinta un perturbador retrato de Hollywood, caracterizado como el Imperio Interior o Inland Empire (2006). En la cinta, Laura Dern interpreta a una actriz en busca (como muchas otras, incluyendo a Meghan) de su propio cuento de hadas. Dern, finalmente incapaz de distinguir la realidad de la ficción, encuentra únicamente pesadillas.

Es la visión de Jay Dyer, autor del polémico libro Esoteric Hollywood, quien asegura que el “Bosque Sagrado (Holly-wood)”, el Imperio al interior de EU (con su propia nobleza e intrigas), es heredero del poder teatral (hoy cinematográfico) que como en los tiempos de la Antigua Grecia es una “representación litúrgica” (hoy con alcance global) de los “dioses” que nos gobiernan. 

Solo hace falta entender el acoplamiento del “poder duro” (militar y económico) con los códigos y narrativas del cine comercial (un fenómeno que ya he analizado previamente) para comenzar a comprender la críptica pero fascinante visión de Dyer.

Pareciera que este Imperio Interior de ficciones (más no ficticio) existe más allá de Hollywood o de la metrópolis angelina (capital de facto de dicho territorio aislado del resto de Norteamérica), e incluye toda California, sobre todo con su centro de poder tecnológico y digital de Sillicon Valley (el Valle del Silicio). 

California es amp-adular, en cierto sentido, protegida del resto del continente por cordilleras, desiertos y una valla en su frontera sur que no ha podido detener su crecimiento demográfico particular: la mayoría latina y católica, una región que como explica el geoestragea Alfredo Jalife Rahme, se ha convertido en el corazón de la resistencia contra el trumpismo blanco, anglosajón y protesante.

La “Isla de California”, rica en oro y piedras preciosas, habitada exclusivamente por mujeres guerreras paganas de “raza” negra, que montan bestias mitológicas y portan armaduras hechas con los huesos de sus enemigos; es una isla ficticia gobernada por la poderosa Reina Calafia, cuya historia se relata en la novela caballeresca Las Sergas de Esplandian, escrita en España como una metáfora de la mujer (o la tierra) extranjera y exótica, finalmente conquistada por los caballeros hispanos. El nombre del lugar amp-adpiraría a los exploradores que reclamaron una península que confundieron con una isla, actualmente mexicana, la Antigua California, hoy llamada Península de Baja California, de cierta amp-adularidad también, aunque subdesarrollada en comparación a su vecina del norte.

Talasocracia 

El británico Halford Mackinder, considerado padre de la geopolítica, planteaba la oposición dualista entre las civilizaciones del Mar (talasocracias) como las que se desarrollan en las islas, más comerciales y menos conservadoras que las tradicionalistas y proteccionistas civilizaciones de la Tierra (telurocracias).

Estos conceptos esenciales son retomados por el filósofo y geopolitólgo Alexander Dugin (conocido en Estados Unidos como “el cerebro de Putin”), para explicar las diferencias del liberalismo anglosajón y el tradicionalismo ruso. Dugin además afirma que el propio Mackinder aseguró la transferencia imperial talasocrática desde la Gran Bretaña (un archipiélago o conjunto de islas) hacía los Estados Unidos de América, país joven que a diferencia de las telurocracias, ha desarrollado sus principales ciudades cerca de las costas, protegidas por su poderío naval y  conectadas marítimamente a través del canal de Panamá (antiguamente territorio colombiano), punto estratégico para el dominio biocéanico estadounidense.

Pero Mackinder no fue el único que colaboró en la sucesión imperial. Un reportero que llegó a desempeñarse en los niveles más altos de la inteligencia naval británica durante la Segunda Guerra Mundial, Ian Fleming, amp-adpirado en sus propias vivencias e investigaciones históricas, se convirtió en el autor de otra influyente saga de ficción caballeresca, una que daría paso a la franquicia “hollywoodense” más longeva (hasta ahora).

Los viejos mensajes diplomáticos secretos enviados a México por el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Arthur Zimmerman, fascinaron a Fleming. Alemania prometía al país latinoamericano que si una alianza germano-mexicana se formaba, se trabajaría para devolver eventualmente a México sus territorios perdidos tras la ocupación estadounidense en 1847: Nuevo México, Arizona, Texas y, por supuesto, (la Alta) California. El número dado por los alemanes a este intercambio diplomático secreto fue 007(5).

Fleming, autor, guionista y espía, colaboraría también en la creación de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), antecesora directa de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Al servicio de su majestad

En la entrega del 007 titulada Quantum of Solace (2008), el villano en turno enfrentado por James Bond, un empresario y filántropo que utiliza su “ONG” para infiltrar los gobiernos legítimos y derrocarlos, se queja del problema que representó el “sacerdote elegido por los haitianos”, una referencia clara al gobierno de Jean-Bertrand Aristide, presidente haitiano derrocado (en la vida real) para satisfacer intereses empresariales (o quizás imperiales).

La ficción cinematográfica se mezcla con nuestra realidad, como en la trama pesadillesca de Inland Empire; aunque el Quantum Fund del también "filántropo" George Soros continúa operando sin ocupar muchas planas en la prensa internacional, como tampoco se habla del ex-sacerdote jesuita (la orden religiosa que fundó la Antigua California) de apellido Aristide, tan desconocido para los habitantes de la Península de Baja California como lo es el actual presidente de Haití; a pesar de la crisis de refugiados en Tijuana y Mexicali, donde transitaron más de 15 mil haitianos durante 2016.

Más allá de los nombres de los responsables de la verdadera catástrofe caribeña; la mayoría de los mexicanos ignora también la realidad geopolítica de su propio país, cuando desde 1862 compartimos frontera con una colonia de la Corona británica: Belice, “independizada” en 1981 pero en conflicto territorial constante con Guatemala (Belice fue, como California para México o Panamá para Colombia, arrancada del territorio guatemalteco por el poder imperial). 

Los soldados británicos aún protegen Belice de la “amenaza” guatemalteca, un ejemplo de las diversas potencias imperiales, que en pleno Siglo XXI, se rehúsan a retirar sus corsarios del Mar Caribe y sus islas, región de vital importancia geopolítica.

(Meso)americana

Guatemala resguarda las ruinas mayas más impresionantes de nuestra región, y en el Salvador resisten los últimos hablantes de pipil (variante del náhuatl), olvidados también, como los nahuas de México. Muchos jóvenes salvadoreños nutren las filas de la Mara Salvatrucha (o MS-13), “animales”, según el presidente de los Estados Unidos. Curiosamente “la Mara”, una pandilla surgida en Los Angeles, California, es motivo de orgullo para la juventud más desposeída de su país; un fenómeno que no difiere mucho de la narcocultura mexicana o la colombiana. Cui bono. 

El complejo de inferioridad frente a EU, y de superioridad frente a Centroamérica y el Caribe, tiene a muchos mexicanos manifestando un masoquismo denigrante, descolocados civilizatoriamente, soñando con “recuperar” sus territorios del norte y/o ser parte de la Norteamérica “blanca”, en donde el nacionalista Trump parece negarnos el paso.

Paradójicamente, la primera catástrofe geopolítica del México independiente no fue en la frontera norte. El antiguo Reino de Guatemala (que incluía el estado mexicano de Chiapas, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica) se independizó de la Corona española en 1821 para formar parte del efímero Primer Imperio mexicano.  

México noble

Agustín Jerónimo de Iturbide, primogénito y príncipe heredero de dicho Imperio, desterrado de su propia nación, siguió el consejo patriótico de su padre y acompañó al Libertador Simón Bolivar hasta su lecho de muerte. 

Hoy, el bolivarianismo rescatado por los presidentes Hugo Chávez y Nicolás Maduro (esos nombres sí se conocen bien en nuestro país) es repudiado fanáticamente por gran parte de la derecha mexicana apátrida y analfabeta; igual que la Casa de Iturbide es repudiada fanáticamente por los sectores cobardes y primitivos de nuestra izquierda. Ambos grupos, en todo caso, tienen la mirada puesta en el norte, como los miles de haitianos que continúan huyendo de su país cada año.

¿Quién puede culparlos? El poder atrae aunque sea fugaz. Y California, de mayoría latina y católica, pero muy diversa, con creciente presencia china, con su Valle del Silicio, su Bosque Sagrado, la potencia agrícola de EU, a veces se proyecta como aquella isla de fantasía, pero situada en el Océano Pacífico, donde poco a poco se reacomoda el nuevo centro de gravedad geopolítico desde el Atlántico.

Habrá que pactar alianzas, por el bien del Imperio, y nada mejor que una boda real. Meghan Markle, californiana, angelina y mestiza (descendente de los africanos traídos por la fuerza al continente, como los haitianos de Tijuana o nuestro libertador Vicente Guerrero), actriz (bien conectada en Hollywood), e hija de un director de fotografía que vive ya retirado en Baja California, educada en una escuela católica y feminista orgullosa; ella será la nueva princesa británica. 

Las reporteras de MSNBC que cubrían el evento se desvivían en halagos por la “inclusión” y el “progresismo” (no como Trump) de la monarquía. No reportaron que su majestad, la Reina de Inglaterra, más orgullosa del Commonwealth que de la Unión Europea, respaldó discretamente el Brexit, movimiento equivalente al trumpismo; o que ha pactado también con el creciente poder de la China comunista, sumando a Inglaterra a la iniciativa de la Franja y la Ruta: el proyecto chino de una globalización muy distinta para el Siglo XXI, una red de infraestructura que según los propios estrategas chinos llegará pronto a las costas californianas. Los británicos lo tienen muy claro: el mundo está cambiando. Las naciones vienen y van pero las civilizaciones perduran. Larga vida a la princesa Calafia.

Epílogo

¿Y México? Bueno. No todo está perdido. Hay un candidato a la presidencia del 2018 que comprende, por ejemplo, que el desarrollo de Centroamérica es vital para la civilización mexicana. 

No es casualidad. Es él único que no ha sido adoctrinado como el resto de la “élite” vasalla que nos gobierna. Viene del sur. Nació cerca de la cuna de la civilización madre de Mesoamérica, cerca del Caribe, cerca del Mar.

 


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