El pueblo golpeado por sismo que muestra qué queda por hacer un año después


Sáshenka Gutiérrez|EFE|Población de San Gregorio Atlapulco, Xochimilco, donde colapsaron decenas de casas por el terremoto del 19 de septiembre de 2017.

Las radios se escuchan por las calles de San Gregorio Atlapulco. Son las de los albañiles, que trabajan a destajo en este pueblo del sur de la capital mexicana dando testimonio de que, un año después del potente terremoto que sacudió el centro del país, aún queda mucho por hacer.

"Inmueble dañado", reza un cartel hecho a mano y pegado en una lona que tapa el lugar donde antes se alzaba una casa. Los ladrillos se apilan en las calles y muchas fachadas conservan los símbolos pintados con aerosol que permiten identificar a simple vista cuáles son los daños de cada hogar.

Al día de hoy, cuando se cumple justo un año de la tragedia desencadenada por el sismo de magnitud 7,1, que dejó 369 víctimas mortales (228 en Ciudad de México), este pueblo de la delegación Xochimilco ofrece una estampa contradictoria.

Por un lado, en algunas calles y callejones se descubren casas recién construidas de colores vivos; por otro, gran parte de los habitantes todavía se afanan en recuperar su patrimonio, echando mano de sus propios recursos.

"Decidimos mejor arreglarlas por nuestra cuenta", comenta María Félix Robles, quien lamenta haber perdido tiempo "esperando la ayuda que nunca llegó".


Esta ama de casa continúa viviendo con sus hijos en un pequeño cuarto que renta en el pueblo de al lado, desde el que viene a diario en taxi para supervisar la tarea de los albañiles que ha contratado y hacer algunas tareas domésticas.

Su casa, "de piedra y tierra", se dañó especialmente en su planta inferior, y desde entonces todo el proceso ha sido un quebradero de cabeza por la documentación y constantes visitas de los técnicos que realizan los dictámenes. "A cada quien llevamos un papel diferente", asegura.

Los inmuebles dañados en el temblor quedaron clasificados en tres categorías: verde (afectación leve), amarillo (daño significativo no estructural) y rojo (falla estructural). Estas categorías han servido para definir las ayudas que se han otorgado a cada uno de los damnificados.

La casa de Irene Castro, conocida cariñosamente en el pueblo como Melita, obtuvo un dictamen verde, con la recomendación de reforzar la estructura. Pero el análisis no ha tenido en cuenta las dos partes del hogar más preciadas para ella: su gran cocina, ubicada en el patio, y el vallado.

"Tengo un año a partir del sismo que no he trabajado", dice para Baja Press esta mujer, de 70 años recién cumplidos.


En los últimos años se ha dedicado al comercio de tamales, lo que le reporta de unos 16 a 26 dólares "para la comida y unos gastitos". Pero después de que parte de la cocina quedara destrozada, esta tarea es imposible.

Lo que sí ha podido elaborar es su conocido mole -"que no hace daño, es dulcecito"- gracias al adelanto de una clienta, aunque ya no "vende mucho", solo a los conocidos.

Su nieto tiene autismo, por lo que "a veces sale, corre, le dan sus crisis y no escucha". Su barda le daba la seguridad de que el niño no iba a perderse de vista, por lo que quiere volver a levantarla, aunque no sabe de dónde sacará el dinero para hacerlo.

"Me pagan mi pensión, pero muy poco y no me alcanza, porque estoy pagando albañiles, material y todo", afirma Melita, quien solo ha recibido como apoyo una de las tarjetas del Gobierno con fondos para la compra de útiles de reconstrucción.

Frente al hogar de Melita, una fachada recién pintada de un rosa intenso arrebata las miradas. En el mismo callejón se alinean otras con los mismos tonos brillantes: rojo, amarillo, rosa palo. Son las casas reconstruidas gracias a la ayuda de Fundación Carlos Slim.

Después del temblor, rememora Tomasa Saavedra, una de las habitantes de estos edificios, los vecinos estaban "desechos".


"Pensé que me iba a quedar sin casa, porque fue pérdida total", refiere.

En los últimos meses, las personas de su calle, de las más afectadas por el terremoto, han dormido en casas de sus seres queridos o han convivido con varias familias en un campamento. "Si no hubiera sido por el apoyo que nos dieron, a lo mejor no hubiéramos construido la casa", aventura Tomasa.

Por la parroquia de San Gregorio no ha pasado el tiempo. El campanario, que se cayó durante el temblor, sigue ausente, como una cicatriz imborrable.

Muy cerca, el mercado continúa abandonado y con graves daños. Los vendedores han sido desplazados a un mercado provisional, pero no hay suficientes puestos para todos.

"No podemos recuperarnos. Todos los donativos, lo que se dijo que había, no lo hay", reclama Honorina Galicia, quien ha quedado fuera del reparto en el nuevo mercado y tiene que vender sus productos en la calle.

Doce meses después de la tragedia, esta vendedora exige que les vuelvan a dar su espacio en un recinto seguro de cara a futuros temblores. Y sobre todo, tiene un reclamo: "Que no nos vean como números".


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