"Hollywood siempre ha sido la mejor maquinaría para fabricar propaganda americana", afirmaba el militar chino Zhang Jieli, cuando Pacific Rim (2013) se convertía en un éxito taquillero rotundo en el país asiático. La espectacular batalla contra los enormes y feroces “Kaiju” (bestias de gran tamaño en japonés) en las costas y las calles de la ciudad china de Hong Kong encendieron las alarmas de Zhang. En la primera película, un soldado norteamericano y una japonesa piloteaban el enorme “Jaeger” (un robot humanoide de combate) que puso fin (eso creíamos) a la monstruosa amenaza alienígena de los Kaiju, asegurando así la paz y la estabilidad en el Mar del Sur de China.
La mejor forma de combatir a un monstruo es creando uno propio, se explica en la primera entrega; o en su defecto comprando uno que ya existe. Es cada vez más notoria la “cabeza de playa” china en el bosque sagrado de California: Hollywood, cuando el conglomerado chino Wanda Group compró Legendary Entertainment en 20l6, el estudio cinematográfico que coprodujo la tercera cinta más taquillera de todos los tiempos: Jurassic World (2015), cuya ficción técnicamente podría calificarse como parte del género Kaiju.
Ya en su nueva faceta, Legendary pretende emular al exitoso Universo Marvel con un universo propio (igual que el resto de las productoras hollywoodenses). En este caso, se trata de un universo de monstruos que eventualmente nos traerá el espectáculo en 3D donde King Kong enfrentará al Kaiju japonés más famoso del mundo.
Antes de la compra por parte de Wanda, Legendary ya había reimaginado al icónico monstruo nipón con la intensa aunque predecible Godzilla (2014). Ya en propiedad de Wanda, la productora se aventuró a continuar el desarrollo de su “monsterverse” enlazando elementos de la trama de Godzilla con la muy extraña y más o menos bien ejecutada Kong: Skull Island (2017), que nos trajo una adaptación más del Rey (¿De los monstruos?) Kong.
Más allá de las bestias de gran tamaño, la dupla Wanda/Legendary ha mostrado su mejor desempeño con la excelente película de fantasía basada en el videojuego Warcraft (2016), y probablemente su mayor fiasco con The Great Wall (2016). Desafortunadamente, su última entrega, Pacific Rim: Uprising (2018), aparentemente ajeno al “monsterverse”, está a medio camino entre ambos ejemplos.
El carismático John Boyega sostiene un guión flojo (firmado por el director Steven S. DeKnight) que trata de emular la dinámica internacional que la primera película (a cargo del extraordinario Guillermo del Toro) presentó con el microcosmos del programa “Jaeger” y sus competitivos pilotos.
El plan bélico a cargo del Pan Pacific Defense Corp, el cuerpo militar multinacional que prepara cada Jaeger para funcionar como única línea de defensa en contra de los Kaiju, sigue activo a pesar de una década de paz en la Tierra. Entonces, la curiosa militarización desmedida en el mundo (la vida imita al arte y viceversa) arranca la trama cuando una de las unidades de patrulla Jaeger arresta a una rebelde y autodidacta niña aspirante a piloto que se convertirá en la aprendiz de Boyega, mientras la amenaza global de los Kaiju resurge de una forma (nada) inesperada.
Las escenas de acción incrementan en su dosis de destrucción (la trama catastrófica se ensaña particularmente con la ciudad de Tokyo, en un guiño demasiado obvio a los creadores de este género cinematográfico) pero también aumenta el uso de piruetas y artes marciales, desechando el “realismo” que la cinta original presentaba en los pesados movimientos de combate entre los “Titanes del Pacífico”.
Sin embargo, el verdadero fracaso viene de la ausencia de una historia bien armada que pudo haber entregado un drama decente como en la primera cinta; algo no amarra dentro de la secuela, entre personajes secundarios de relleno, rivalidades simplonas entre los cadetes y sacrificios en batalla que no conducen a ningún lugar.
Pero lo más notorio a nivel político e ideológico es el alto puesto militar de Mariscal, antes ocupado por el británico Stacker Pentecost (padre del personaje de John Boyega e interpretado por Idris Elba), fallecido durante los sucesos de la primera película y cuyo cargo ha quedado acéfalo en esta entrega. Su hija adoptiva y protegida, la japonesa Mako Mori (Rinko Kikuchi), regresa para la secuela pero convenientemente es asesinada sin oportunidad de ocupar el merecido cargo de Mariscal y al menos (imitando a su mentor) morir defendiendo su país. De cualquier forma, los altos mandos que aseguran la paz y tranquilidad en esta ocasión son, evidentemente, militares chinos.
Destaca el personaje de la arrogante y ambiciosa empresaria interpretada por Jing Tian (que por alguna razón es la única actriz china que consigue papeles centrales en las producciones de Wanda/Legendary), quien finalmente asumirá la responsabilidad de líder eventual para rescatar a los jóvenes héroes.
Durante la segunda mitad del Siglo XX nos acostumbramos a la espectacular propaganda que normalizó a los norteamericanos salvando a la humanidad en las pantallas del cine de acción y ciencia ficción. No más. El mundo está cambiando y la tímida pero creciente presencia china en el mundo (el real y el cinematográfico) será la tensa marca de la primera mitad del siglo XXI.
En 2016 el fundador y dueño de Wanda (uno de los empresario chinos más acaudalados), Wang Jianlin, incluso se dio el lujo de “amenazar” al presidente estadounidense con el retiro de sus cuantiosas inversiones en Estados Unidos, ante la monstruosa guerra comercial con la que el gobierno norteamericano pretende azotar al mundo entero en esta convulsa Era Trump. La verdadera insurrección (la confrontación por parte de China contra el desgastado y psicótico liderazgo global anglosajón) no está siendo retratada en las películas (al menos no en este lado del Pacífico), probablemente para no alienar a la audiencia norteamericana que lentamente cae al segundo lugar como la taquilla más importante del mundo después de China.
Pacific Rim: Insurreción, aunque disfrutable por el despliegue visual, decepciona por el potencial desperdiciado de su extravagante universo: el tráfico de órganos Kaiju, la contaminación en los mares por la sangre derramada de los monstruos, la fallida construcción ¡De un muro! (anti-Kaiju) y las tensiones entre los líderes internacionales son elementos valiosos planteados en la primera película (repito: de la mente extraordinaria de Guillermo del Toro) totalmente desaprovechados en la “ciencia ficción” de esta secuela.
Durante la escena final, no pude evitar recordar la fallida Indepdendece Day Resurgence (2016): ambas películas finalizan más preocupadas por establecer una franquicia rentable que por terminar de contar una buena historia. Espero por el bien de la humanidad que tal vicio cinematográfico no se convierta también en una característica del emergente Siglo Asiático.
Es el creador del portal de análisis geopolítico: http://www.hokana.org
toca y elige añadir a la pantalla de inicio