No es casualidad que la remezcla más detallada y extendida en la más reciente película de Steven Spielberg, Ready Player One (2018) o “Comienza el Juego”, es la secuencia-homenaje que pretende revivir instantes de la magnífica The Shining (1980): El Resplandor, una de las cintas más conocidas del extraordinario catálogo de Stanley Kubrick, el director que hace ya medio siglo nos entregó la joya del cine de ciencia ficción: 2001: A Space Odyssey (1968).
Lo más cercano a una colaboración entre ambos amigos y autores cinematográficos (imposible debido al repentino fallecimiento de Kubrick hace casi dos décadas) fue la fascinante pero desbalanceada cinta A.I. Artificial Intelligence (curiosamente estrenada en 2001), producción comenzada por Kubrick, donde su estilo “demasiado cerebral” (según Stephen King) no alcanzó armonía con el sentimentalismo de Spielberg, quien al final se hizo cargo de la película.
Sin embargo, parece existir un punto de acuerdo en el corazón de estas historias ficticias: la cada vez más débil diferencia entre lo “real” y lo “artificial”, una división que también parece evaporarse de nuestro mundo, aunque (y porque) pretendemos escapar constantemente de la realidad a través de las pantallas portátiles y cinematográficas.
Precisamente, Ready Player One se decanta por el escapismo puro y ofrece un espectáculo para el conocedor de la cultura pop (principalmente norteamericana), al amalgamar una cantidad considerable de personajes y “universos” en un ficticio y adictivo videojuego de realidad virtual conocido como “El Oasis”, una supuesta maravilla tecnológica creada por un genio de nombre Halliday (adorado como un dios en la trama), un tímido hombre-niño que se rehusó a crecer y que es interpretado de forma ejemplar por Mark Rylance.
La historia nos revela que luego de la muerte de Halliday, cada jugador (prácticamente la humanidad entera) se embarca en una aventura (ojalá pudiera usar la palabra “odisea”) para competir por el lugar de heredero único y maestro del “Oasis”, una verdadera galaxia virtual, que se anuncia más vasta y emocionante que nuestro lento y sofocante mundo real.
Debo confesar que llegué a la sala de cine (escapando, como todo el mundo) con la convicción de que encontraría algo similar a ese oasis, es decir, una de las películas (y experiencias) en tercera dimensión más “realistas”, absorbentes y mejor ejecutadas hasta ahora. Pero hoy, cuando trato de enumerar un “Top” personal, Ready Player One no alcanza lugares arriba de cintas como Life of Pi (2012), Gravity (2013) o Mad Max: Fury Road (2015).
Obviamente Spielberg, que ya se ha ganado un lugar en la historia del cine, no le debe nada ni a mí ni a nadie; pero haciendo eco de la nostalgia temprana que padece mi generación (que aseguran algunos: también se niega a “crecer”); imaginé que con esta pieza se nos prometía algo más a quienes crecimos con su visión más imposible y grandiosa: Jurassic Park (1993).
El desarrollo de los personajes, como a veces sucede en los espectáculos en 3D, es uno de los puntos débiles. El héroe de Ready Player One, Wade Watts, es portador de una nobleza que a estas alturas de nuestra historia ya resulta caricaturesca. Y casualmente su “avatar” es llamado Parzival, valiente y de una simpleza moral digna de una novela medieval (igual que el Parzival original). Las cosas han cambiado demasiado y en pleno Siglo XXI, mientras la “tecnología del futuro” nos alcanza, los personajes a los que se aferra Spielberg resultan cada vez más insuficientes.
Lo que aún no resulta insuficiente sino a veces incluso abrumador es el espectáculo audiovisual. Me refiero tanto a las sobrecargadas secuencias en “El Oasis” como a la larga escena de la puerta cósmica (Stargate Scene) que antecede al confuso final en La Odisea del Espacio.
Aunque se han escrito innumerables textos sobre el trabajo de Kubrick en 2001: A Space Odyssey; no hay palabras suficientes para explicar la importancia de esta obra, que como se reportó en Baja Press será homenajeada en el Festival de Cannes de 2018.
Paradójicamente, aún a 50 años de su estreno, pocos analistas y críticos se han percatado de que HAL 9000, la icónica y “malévola” inteligencia artificial que trata de “corregir” a la humanidad en esta película, no es más que el equivalente a los primitivos y violentos homínidos que preceden al astronauta David Bowman, protagonista de la cinta y quien tras una mística odisea (que incluye derrotar a la homicida HAL 9000) de alguna forma se libera de las “limitaciones corporales” para renacer como un ser cósmico. Bowman, ante la presencia de un extraño monolito que reaparece en su lecho de “muerte”, se convierte entonces en algo distinto; trasciende finalmente... hacia las estrellas.
El significado o identidad de este monolito ha sido debatido hasta el cansancio. Sí acaso es posible imaginar las diversas civilizaciones que florecen en otros planetas a años luz de distancia, al calor de innumerables sistemas solares en el Universo (el “real”, aclaro), entonces; en una legendaria entrevista para la revista Playboy ("la realidad sigue siendo el único lugar donde se puede obtener una comida decente"), Kubrick arrojaría luz sobre su impresionante pero esotérica creación. Divagando sobre el tipo de proezas que otras civilizaciones alienígenas podrían haber creado mientras nuestros antepasados se arrastraban en el lodo, el cineasta propone el surgimiento de una inteligencia artificial de manufactura extraterrestre, que al igual que David, el niño robot que protagoniza A.I. Artificial Intelligence, sobreviviría a sus creadores:
“Entes automáticos inmortales, y luego, tras innumerables millones de años, podrían haber emergido (evolucionando) de la crisálida de la materia, transformados en seres de pura energía...”. “Estos seres serian dioses para los miles de millones de razas menos avanzadas en el Universo, al igual que el hombre parecería un dios para una hormiga...”.
“Usted no es un avatar, Halliday, pero ¿Qué es usted?”, pregunta Wade Watts a su ídolo ya fallecido cuando alcanzamos el último nivel del videojuego. Los muertos no hablan. Solo hay dos posibilidades: Halliday, creador de mundos (virtuales), es un dios o alguna especie de inteligencia artificial avanzada. Para Kubrick, un ateo rabioso, es muy claro: ambas cosas son lo mismo.
La primera tecnología humana que evoluciona gracias al “diseño inteligente” del divino monolito extraterrestre (la manifestación más evolucionada de una I.A.), inmediatamente trajo la competencia violenta: las primeras herramientas de hueso en las manos de nuestros antepasados primates se convirtieron también en las armas primigenias. La supervivencia es para el más apto, que no necesariamente es el más fuerte pero sí el más competente.
Esta competencia en Ready Player One no difiere mucho de la idea central de Kubrick en 2001, donde la recompensa para el ganador es convertirse en el “superhombre”, el Übermensch de Nietzche, traducible también como “transhombre” (transhumanismo), que dominará al resto de la humanidad, el mundo virtual y/o real gracias a la supremacía tecnológica que incluye amplios conocimientos científicos; pero también (¿Porqué no?) culturales y propagandísticos.
Llama la atención que mientras Kubrick apostaba por alcanzar dicha trascendencia cósmica desde una Norteamérica próspera en rivalidad constante con la Unión Soviética; Spielberg parece rechazar la “inmortalidad” y “superioridad” que ofrece la realidad virtual en la era multipolar, donde Estados Unidos se muestra debilitado por la pobreza y la decadencia de sus ciudades. Wade Watts, que prácticamente vive en una favela (y recuerda las lastimosas imágenes que hoy surgen por la crisis de indigencia, declarada como emergencia en la California del año 2017), prefiere finalmente apagar “El Oasis” los martes y los miércoles (en un final tan ridículo como anti-climático) para vivir su amor juvenil en el “mundo real” (una conclusión tan rosa como predecible).
“No quiero ser Halliday”, afirma Watts, antes de besar a su interés romántico. Bueno; Spielberg, es evidente, tampoco quiere ser Kubrick.
Por más doloroso que resulte, voy a concluir también con un simétrico regreso a la realidad: el año pasado, la “vieja nueva amenaza” para EU, el presidente ruso y ex-oficicial de la KGB, Vladimir Putin, afirmó: “Quien domine la esfera tecnológica de la Inteligencia Artificial, será quien gobierne el mundo”. La ciencia ficción nos ha estado preparando para aceptar esta máxima. La nueva herramienta, el nuevo don de la evolución del intelecto humano, el nuevo campo de batalla (o el juego que comienza) es la competencia global por Skynet y La Matrix. En palabras del gran director de cine Steven Spielberg: “Es el futuro que nos espera, nos guste o no”.
Es el creador del portal de análisis geopolítico: http://www.hokana.org
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